La economía solidaria en el contexto burgués

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Las implicaciones de la economía solidaria en la lucha de clases, el Estado y el comportamiento individual
Una amiga, empleada de una empresa mediana de comercio, me contó que desde hace varios años sus compañeros trabajadores y los patronos se han organizado en un fondo de ahorro y crédito, con unos beneficios muy palpables para los afiliados y sus familias. En general, este fondo no se diferencia en mucho de cualquier organización de economía solidaria, pero tiene una particularidad que la hace aparentemente diferente: no está legalizada ante el Estado colombiano; y según mi amiga, “el día en que se legalice iniciaría su desaparición”. Al preguntarle de la razón para hacer esa predicción, ella afirma: “al legalizarla habría que pagar impuestos muy altos que seguramente se robarán los burócratas, habría que abrir cuentas bancarias que solo generan rendimientos al sector financiero, en conclusión, abría que cumplir una serie de requisitos que antes que contribuir, perjudican el funcionamiento del fondo”
Esta última afirmación de la persona que es el cerebro y columna vertebral de un experimento de economía solidaria expresa en la forma más sencilla el contenido de la relación entre la economía solidaria y el Estado burgués, pero nos permite extender un poco más nuestro pensamiento e identificar otros tópicos importantes más como la relación con la lucha de clases y con el individuo:
Primero, los proyectos de economía solidaria superan la tesis de la lucha de clases; en efecto, un proyecto de economía solidaria no puede siquiera surgir, menos sostenerse, sobre un postulado que mira con el lente del enfrentamiento, en los espacios y tiempos concretos en los que se presenta el capitalismo como sistema de organización social predominante, entre propietarios, con nombres propios, de medios de producción y propietarios, también con nombres propios, de fuerza de trabajo, haciendo caso omiso del hecho real de que a los trabajadores les va bien en la medida en que le va bien a la empresa.
La coexistencia de dos sistemas socioeconómicos opuestos en un mismo espacio como es la empresa; uno representado en la empresa como tal –la comercial del ejemplo- y otro en el proyecto solidario –el fondo de ahorro y crédito-, el uno con su explotación y por ende su lucha de clases y el otro basado en la solidaridad, la responsabilidad, etc., nos está indicando que se están produciendo cambios esenciales en la vía a construir un mejor vivir de las personas, pero no precisamente a través de la lucha de clases, sino a través de las realizaciones de la racionalidad de las personas que ante la imposibilidad de la forma capitalista de satisfacer las necesidades básicas de vivienda, alimentación, educación, etc., acuden a la organización basada en la solidaridad económica.
Es apenas natural que así sea, pues la lucha de clases tiene posibilidad de existir realmente sólo dentro del margen en el que existen clases sociales en contienda: propietarios de medios de producción y propietarios de mano de obra, y al interior de ese margen tiene una importante función en tanto contribuye a garantizar la existencia cada vez en mejores condiciones de la fuerza productiva fundamental: la fuerza de trabajo y a través de esta contribución, también eleva a mayores niveles a la sociedad toda.
Sin embargo, este papel dinámico de la lucha de clases tiene sus límites, que son establecidos precisamente por la posibilidad económica de la empresa. En el momento financiero en el cual la empresa ya no puede soportar las exigencias de los trabajadores debe decidir entre su desaparición, la confrontación con ellos o la entrega de sus bienes a los trabajadores para que sean ellos quienes asuman la administración, caso este último en el cual ellos se encuentran con la posibilidad de administrar con los criterios de la lucha de clases o los de la solidaridad.
Segundo, los proyectos de economía solidaria, por su esencia, no caben en la institucionalidad burguesa, pues, esta atenta en todos sus actos contra la actividad solidaria; por lo anterior es que en ciertos casos y niveles deba mimetizarse, adecuarse en algunos aspectos formales y temporales para no infligir la normatividad, ya que por su contenido son agrupaciones que contribuyen en su práctica a fortalecer y no a destruir las relaciones sociales.
Las empresas de economía solidaria, desde su surgimiento, requieren de un tipo de Estado con unas prácticas administrativas de los bienes públicos basadas en la honradez, la eficiencia, eficacia, etc. Un Estado corrupto, mentiroso y con todas las prácticas propias de lo más degradado de la humanidad, representan para los proyectos de economía solidaria, un ente al que se le deben ceder recursos que utilizará en todo lo diferente a contribuir al desarrollo de condiciones favorables para su desarrollo. Como todo Estado burgués está constituido para sustentar la sociedad burguesa y lo hace precisamente a través de las prácticas más degeneradas que la humanidad conoce, es de advertir entonces que la economía solidaria requiere un Estado que en lugar de favorecer la propiedad privada, favorezca la propiedad colectiva.
Este tipo de Estado está por construirse, pero se puede advertir que no será precisamente un Estado como el actual burgués, que acude a todo tipo de prácticas, incluidas las más detestables por la especie humana, a fin de cumplir su función como administrador y gendarme del régimen de propiedad privada; tampoco uno del mismo tipo solo con diferente clase social dominante.
Tercero, los proyectos de economía solidaria son espacios sociales en los cuales el afiliado adquiere el grado de persona, pues se da la posibilidad y la necesidad de que cada afiliado asuma un comportamiento caracterizado por la responsabilidad, el respeto, la honradez y muchos otros valores teóricos que la humanidad ha construido en su historia pero que sólo ahora se pueden llevar a la práctica a nivel social.
Este tipo de persona no aparece como consecuencia de un chispazo de racionalidad en forma individual, como por arte de magia, sino ante la presión de un nuevo orden social en germen que da pasos concretos en el mejoramiento de las condiciones materiales, culturales y ambientales y promete una ampliación sostenida de ese mejoramiento pero a condición de un comportamiento específico ante el resto de afiliados y también de la sociedad, caracterizado por lo que se puede denominar buenas prácticas sociales, o sea, solidaridad, honradez, etc.
Fuente: Boletín informativo de la Escuela Ideológica de Filosofía, Historia y Economía Política