Economía Solidaria

Artesanos jerarquizan sus obras en un desafío a la globalización

El comercio justo, la economía solidaria, los proyectos para recuperar culturas ancestrales y la memoria, todo es válido para que los artesanos recuperen el orgullo y la dignidad de vivir de la producción de sus obras sin ser avasallados por la globalización. «El objetivo es no perder nuestro terruño en la aldea global», sostiene María […]

24 diciembre 2008

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El comercio justo, la economía solidaria, los proyectos para recuperar culturas ancestrales y la memoria, todo es válido para que los artesanos recuperen el orgullo y la dignidad de vivir de la producción de sus obras sin ser avasallados por la globalización.

«El objetivo es no perder nuestro terruño en la aldea global», sostiene María Mercedes Díaz, directora del programa Recuperando la Memoria de la norteña provincia argentina de Catamarca.

La iniciativa tiene como fin rescatar «las raíces más antiguas de la cultura popular a través de las artesanías y las músicas populares» y jerarquizar sus obras.

«Logramos que la alfarería y el textil tradicional sean reconocidos como un arte mayor», destaca la docente.

La historia se repite en cientos de puntos de Argentina y América Latina. Artesanos que deben luchar contra el éxodo a las ciudades, la explotación comercial y muchas veces también el olvido, incluso dentro de sus propias comunidades, para mostrar al mundo una tela o una vasija.

Existen numerosos movimientos tendientes a jerarquizar la producción de los artesanos. Y a veces la ayuda llega de la autogestión, o el lugar menos pensado.

«Tuvimos la oportunidad de que llegara una antropóloga norteamericana en 1986 a Parobamba, una comunidad a siete horas de viaje de Cusco, Perú, que estudiaba cómo se realizaban los tejidos», narra a dpa David Pimentel, hijo del director de la asociación de tejedores Tahuantisuyo.

«Llegó porque había un par de personas que tejían, nosotros aprendimos de ella y ella aprendió de nosotros. Ella comenzó a sacar los tejidos a la ciudad, a vender y desde ahí todos comenzamos a trabajar. Nos ayudó a organizarnos y ahora estamos construyendo un local tipo museo de exposición para poder vender directamente a los turistas que nos visitan», explica orgulloso.

Los tejedores de Tahuantisuyo quieren valorizar sus telas y evitar a los intermediarios, «que se llevan la mayor parte». «Una pieza que vendemos a 70 dólares, esa misma yo la vi vendiendo en 319 dólares, pero a la persona que trabajó sólo le dan los 70 dólares», advierte Pimentel.

Su asociación también busca colocar la mercadería que produce en tiendas que utilicen el sistema de comercio justo, mediante el cual los artesanos reciben una paga digna que refleje el esfuerzo, el tiempo y la materia prima que implicó cada obra, además del respeto por el medio ambiente y las comunidades originarias.

En la otra punta de la cadena, el sistema demanda un consumo responsable, que a aquel que adquiera un producto le conste que se respetaron los derechos del artesano, de su comunidad y el ambiente.

Otra vía es la economía solidaria. «Esto es un encadenamiento productivo que empezó por una inquietud que tenían las tejedoras de trabajar con una lana hilada que sea más maleable y ver cómo podíamos trabajar con las hiladoras», señala Claudia, referente de la agrupación Textiles de Entre Ríos, una provincia ubicada al noreste de Buenos Aires.

Ante el desafío, optaron por pedir ayuda. «El Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) les facilitó ruecas a las hilanderas, el organismo agropecuario comenzó a ayudar a los productores ovinos, Cáritas entrega en comodato telares y se trabaja con un crédito rotativo».

Claudia precisa que «de a poco se formó una red de trabajo con una tabla de valores». «La hilandera cobra su hora de trabajo, la que tiñe cobra su hora de trabajo y las tejedoras cobran su hora de trabajo, entonces trabajamos con un precio justo en una cadena solidaria», destaca.

Su programa lleva el nombre del compromiso acordado por sus miembros: «Una cuestión de manos y de palabra». «Nuestros contratos son de manos y de palabras, no necesitamos firmar un papel», sostiene Claudia.

Díaz asegura que las raíces ancestrales y los códigos de trabajo «están muy claros en la conciencia de los artesanos» de las diversas comunidades. «El logro principal es que la gente pueda hablar y mostrar su obra mirando a los ojos del otro, sin sentirse inferior».

Así fue como un anciano alfarero salió por primera vez de su pueblo para difundir su arte y dar clases por toda la provincia, o dos vidaleras catamarqueñas viajaron con sus cajas -tambores- al Cuerno de África a un encuentro de música originaria aprovechando las ventajas que brinda, a veces, la globalización a quienes defienden los valores de su terruño.

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