Ellos no aman a la vida. Leonardo Boff

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La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está cercada de riesgos. El primero es que los países busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidándose del carácter interdependiente de todas las economías.
La inclusión de países emergentes significó muy poco, pues sus propuestas no fueron realmente consideradas. Prevaleció aun la lógica neoliberal que garantiza la parte del león a los ricos. El segundo es perder de vista las demás crisis, la ecológica, la climática, la energética y la alimentaria. Concentrarse solamente en la cuestión económica, sin considerar las demás, es jugar con la insostenibilidad a mediano plazo.

Cabe recordar lo que dice la Carta de la Tierra: “nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados y juntos podremos forjar soluciones incluyentes” (Preámbulo). El tercer riesgo, el más grave, consiste en solamente mejorar las relaciones existentes, en vez de buscar alternativas, con la ilusión de que el viejo paradigma neoliberal tendría aun la capacidad de tornar creativo el caos actual.
El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros y continuará. La magna quaesto, la cuestión más grande, es el ser humano voraz e irresponsable que ama más a la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida. Si los responsables por las decisiones globales no consideran la inter-retro-dependencia de todas las cuestiones y no forjaren una coalición de fuerzas capaz de ecuacionarlas, sí, estaremos literalmente perdidos.
En realidad, si hubiera un mínimo de sentido común, la solución al cataclismo económico y de los principales problemas de infraestructura de la humanidad sería encontrada. Basta proceder a un amplio y general desarme ya que no hay confrontaciones entre potencias militares. La construcción de armas, propiciada por el complejo industrial-militar es la segunda más grande fuente de ganancias del capital. El presupuesto militar mundial es del orden de un trillón y cien mil millones de dólares/año. Ya se gastó solamente en la guerra de Irak dos trillones de dólares. Para ese año, el gobierno estadounidense compró armas en el valor de un trillón y medio de dólares.
Estudios de organismos de paz revelaron que con 24 mil millones de dólares/año -el 2,6% del presupuesto militar total- se podría reducir a la mitad el hambre en el mundo. Con 12 mil millones -1,3% del referido presupuesto- se podría garantizar la salud reproductiva de todas la mujeres de la Tierra.
Con gran valor, el actual Presidente de la Asamblea de la ONU, el sacerdote nicaraguense Miguel d’Escoto, denunciaba en su discurso inaugural, a mediados de octubre: existen aproximadamente 31.000 ojivas nucleares en depósitos, 13.000 distribuidas en varios lugares del mundo y 4.600 en estado de alerta máximo, es decir, listas para ser lanzadas en pocos minutos. La fuerza destructiva de esas armas es aproximadamente de 5.000 megatones, 200.000 veces más avasalladora que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sumadas a las armas químicas y biológicas se puede destruir por 25 formas diferentes toda la especie humana. Postular el desarme no es ingenuidad; es ser racional y garantizar la vida que ama la vida y que huye de la muerte. Acá se ama la muerte.
Solamente ese hecho muestra que la actual humanidad, en gran parte, es constituida por gente irracional, violenta, obtusa, enemiga de la vida y de sí misma. La naturaleza de la guerra moderna cambió substancialmente. Antes, “moría quien iba a la guerra”. Ahora, no. Las víctimas principales son civiles. De cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados, 93 civiles, de los cuales 34 son niñas/os. En la guerra contra Irak, ya murieron 650.000 civiles y 3.000 soldados.
Hoy asistimos a algo absolutamente inédito y de extrema irracionalidad: la guerra en contra de la Tierra. Anteriormente las guerras acontecían entre ejércitos, pueblos y naciones. Ahora, todos unidos, hacemos la guerra contra Gaia: no pasamos un solo momento sin agredirla, explotarla hasta entregar toda su sangre. Y aun invocamos la legitimidad divina para nuestro crimen, pues cumplimos el mandato: “multiplíquense, llenan la tierra y sométanla” (Gn 1,28)
Si es así, ¿adónde vamos? No para el reino de la vida.

¿ESTA POR LLEGAR LO PEOR DE LA CRISIS?

Leonardo Boff – 4 dic 08
En un artículo anterior afirmábamos que la crisis actual más que económico-financiera es una crisis de humanidad. Se han visto afectados los cimientos que sustentan la sociabilidad humana -la confianza, la verdad y la cooperación-, destruidos por la voracidad del capital. Sin ellos es imposible la política y la economía. Irrumpe la barbarie.
Queremos presentar esta reflexión de sentido filosófico inspirado en dos notables pensadores: Karl Marx y Max Horkheimer. Este último fue prominente figura de la escuela de Frankfurt, al lado de Adorno y Habermas. Antes incluso del final de la guerra, en 1944, tuvo el valor de decir en unas conferencias en la Universidad de Columbia (USA), publicadas bajo el título Eclipse de la Razón, que la victoria inminente de los aliados iba a servir de poco. El motivo principal que había generado la guerra seguía estando activo en el núcleo de la cultura dominante. Era el secuestro de la razón para el mundo de la técnica y de la producción, por lo tanto, para el mundo de los medios, olvidando totalmente la discusión sobre los fines. Es decir, el ser humano ya no se preguntaba por un sentido más alto de la vida.
Vivir es producir sin fin y consumir todo lo que se pueda. Es un propósito meramente material, sin ninguna grandeza. La razón fue usada para hacer operativa esta voracidad. Al someterse, se oscureció, dejando de hacerse las preguntas que siempre había planteado: ¿qué sentido tiene la vida y el universo, cuál es nuestro lugar? Sin respuestas a estas preguntas sólo nos queda la voluntad de poder que lleva a la guerra como en la Europa de Hitler.
Algo semejante decía Marx en el tercer libro del Capital . En él deja claro que el punto de partida y de llegada del capital es el propio capital en su voluntad ilimitada de acumulación. Su objetivo es el aumento sin fin de la producción, para la producción y por la propia producción, asociada al consumo, con vistas al desarrollo de todas las fuerzas productivas. Es el imperio de los medios sin discutir los fines ni cuál es el sentido de este proceso delirante. Son los fines humanitarios los que sostienen la sociedad y dan propósito a la vida.
Bien lo ha expresado nuestro economista-pensador Celso Furtado: “El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar el eje de la lógica de los medios al servicio de la acumulación, en un corto horizonte de tiempo, hacia una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos” (Brasil: a construção interrompida , 1993, 76).
No fue eso lo que los ideólogos del neoliberalismo, de la desregulación de la economía y del laissez-faire de los mercados nos aconsejaron. Ellos mintieron a toda la humanidad prometiéndole el mejor de los mundos. No existían alternativas a esa vía, decían. Todo eso ha sido ahora desenmascarado, generando una crisis que va a ser aún peor.
La razón de ello reside en el hecho de que la crisis actual se ha establecido en el seno de otras crisis todavía más graves: la del calentamiento planetario, que va a tener dimensiones catastróficas para millones de seres humanos, y la de la insostenibilidad de la Tierra como consecuencia de la virulencia productivista y consumista. Necesitamos un tercio más de Tierra, es decir, la Tierra ya ha sobrepasado el 30% de su capacidad de reposición. No aguanta más el crecimiento de la producción y del consumo actual, como propone cada país. Y va a defenderse produciendo caos, no creativo sino destructivo. Aquí se sitúa el límite del capital: en el límite de la Tierra.
Eso no existía en la crisis de 1929. Se daba por descontado la capacidad de soporte de la Tierra. Hoy no: si no salvamos la sostenibilidad de la Tierra, no habrá base para el proyecto del capital en su propósito de crecimiento. Después de haber vuelto precario el trabajo, sustituyéndolo por la máquina, ahora está liquidando la naturaleza.
Estas consideraciones raramente aparecen en el debate actual. Predomina el tema de la extensión de la crisis, de los índices da recesión y del nivel de desempleo. En este campo, los peores consejeros son los economistas, especialmente los ministros de Hacienda. Ellos son rehenes de un tipo de razón que los ciega para estas cuestiones vitales. Hay que oír a los pensadores y a los que aman la vida y cuidan de la Tierra.