Mercado Social

Un Mercado Social para la economía solidaria

Por Isidro Jiménez Gómez de ConsumoHastaMorir Cada trimestre, las encuestas del CIS muestran un fenómeno acorde al escenario de crisis económica que estamos viviendo: el empleo se ha convertido en la principal preocupación de una ciudadanía con 6 millones de parados y el mayor retroceso del poder adquisitivo en 27 años. Pero además, la crisis […]

29 Maio 2014

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Por Isidro Jiménez Gómez de ConsumoHastaMorir

Cada trimestre, las encuestas del CIS muestran un fenómeno acorde al escenario de crisis económica que estamos viviendo: el empleo se ha convertido en la principal preocupación de una ciudadanía con 6 millones de parados y el mayor retroceso del poder adquisitivo en 27 años. Pero además, la crisis ha venido a castigar a los más débiles, que según la OCDE han perdido un 33% de su renta disponible, mientras los estratos más ricos redujeron su renta total en apenas un 3%.

Y, sin embargo, en nuestro imaginario también sobrevuela una idea de empleo mecanizado y gris nada atractivo. Si el empleo deshumanizado y monótono de Charles Chaplin en Tiempos modernos ha terminado simbolizando el peligro de la mecanización tecnológica, el triste oficinista de traje gris echando horas extras representa el trabajo como tiempo perdido, una nueva versión del castigo divino a Adán y Eva donde el ocio y el turismo vienen a ocupar el lugar dejado por el bíblico Jardín del Edén.

La pregunta, por tanto, es ahora todavía más necesaria: ¿Es posible otro modelo laboral? Tras muchas décadas de debate, empleo y trabajo no solo no parecen sinónimos, sino que entre sus diferencias se construyen paradigmas bien distintos. La propia idea de trabajo ha sufrido durante siglos una mutilación importante, quedado reducida exclusivamente a las actividades que tienen, como escenario de fondo, el mercado, ocultando todas aquellas tareas de cuidados imprescindibles para el mantenimiento de la vida. Parece evidente, por tanto, que el trabajo trasciende el empleo y que el mercado laboral, tal y como lo conocemos hoy en nuestra sociedad, ha sido impermeable a lo que no se puede contabilizar, a las entidades que basan sus estrategias en la cooperación y no en la competencia, a la autogestión compartida de la empresa o a la economía basada en la solidaridad.

A la vez que la economía feminista pone en valor el trabajo que no cuenta para el mercado, una red cada vez mayor de entidades de la llamada economía solidaria lucha por hacer viables los principios éticos y sociales en el mundo del trabajo remunerado. Son dos procesos que van de la mano, porque confluyen en el objetivo de crear un modelo laboral alternativo al que defiende el paradigma neoliberal.

La creación de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) en 1995, con más de 300 entidades y empresas organizadas en 13 áreas territoriales del Estado Español, viene a consolidar una corriente de economía casi experimental, pero a la vez con sólidas raíces en otros proyectos. En realidad, la historia está llena de experiencias donde la gestión del trabajo se entiende como una tarea radicalmente colectiva. Recordemos, por ejemplo, los consejos de fábrica autogestionados en la Italia de principios del siglo XX, las colectivizaciones en la España de 1936 o las fábricas que todavía son recuperadas en América Latina. Pero también ha crecido en número y fortaleza legal el cooperativismo empresarial, una fórmula ignorada por los distintos gobiernos, a pesar de haber demostrado con números su capacidad para generar riqueza en tiempos de crisis. REAS comparte con estos proyectos la creencia de que la riqueza son los bienes y servicios que resuelven las necesidades de la sociedad, más allá de su rentabilidad en el mercado. Por ello, frente a la idea de competencia como núcleo de la actividad económica, este tipo de economía está compuesta de proyectos que intentan ubicar la solidaridad y la cooperación en el centro.

A medida que han aumentado el número de entidades de esta red y la complejidad de sus iniciativas, se hizo necesaria la creación de un espacio de interacción más amplio y abierto, donde pudieran interactuar las entidades proveedoras y una ciudadanía que no quiere solo ser cliente. Así termina cristalizando en 2012 el Mercado Económico Social, una estructura que aglutina a empresas solidarias, ahorradores e inversores éticos y consumidores que reclaman un papel activo en el modelo económico. En este espacio se pueden conseguir e intercambiar bienes y servicios de sectores tan distintos como la alimentación, el transporte, la formación, el ahorro o el diseño gráfico.

El Mercado Social se gestiona de forma autónoma a través de los distintos territorios en los que tiene presencia, pero permite aglutinar en un solo espacio los distintos proyectos de economía solidaria del Estado Español. Las empresas y entidades que participan en este mercado deben funcionar de forma democrática y participativa, producir de manera sostenible, y cumplir una serie de requisitos como la igualdad de género o el reparto justo de los beneficios. En ese sentido, ha sido especialmente importante el trabajo realizado por las distintas comisiones de acogida y de certificación, explicitando los criterios sociales y medioambientales que deben vertebrar la actividad del Mercado Social, y velando por su cumplimiento.

En el plano más cotidiano, el Mercado Social se materializa en los establecimientos y locales de las entidades proveedoras, a donde podemos acudir a contratar servicios o comprar productos, pero también en el portal www.mercadosocial.net, donde podemos gestionar una cuenta propia en alguna de las monedas locales que han creado los distintos territorios. De esta forma, incentivando el uso de una moneda social y el intercambio entre proveedores, consumidores y consumidoras, se refuerza el objetivo de que el mercado sea un espacio cada vez más autosuficiente, en el que los distintos actores pueden cubrir todas sus necesidades.

Pero además, el interés por conocer e interactuar con el resto de los agentes del Mercado Social ha impulsado distintos encuentros que ponen de relieve la importante apuesta que hay detrás: en 2013, las ferias de Barcelona y Madrid movilizaron unos 200 expositores, 15.000 visitantes y más de 50.000 euros en moneda social. Quiénes acudieron allí pudieron comprobar que ya es posible producir, trabajar y consumir a través de una economía que rompe con los paradigmas del capitalismo neoliberal.

La economía solidaria está, por tanto, viviendo un momento muy especial. El Mercado Social es la herramienta que hacía falta para generar las sinergias y aprendizajes que impulsen definitivamente este modelo de economía. Es también la respuesta a una ciudadanía que cada vez mira con más insistencia hacia otras alternativas, ante un escenario incierto de crisis económica, social y medioambiental. Fortalecer el trabajo colectivo en red no será fácil, pero ya nos está valiendo la pena y solo acabamos de empezar.

Artículo de Isidro Jiménez Gómez en “Hacia2015: Visiones del desarrollo en disputa. XI Informe Anual de la Plataforma 2015 y más”, Editorial 2015 y más. Madrid, 2014.

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