Decrecer para vivir

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El oficialismo gubernamental aún hoy se excusa con el argumento de la crisis global de 2008 por su evidente fracaso para la recuperación económica y generación de empleo. Para la mayoría, esta explicación es una falsedad, pero no deja de tener algo de razón. Adjudican a Albert Einstein haber dicho que una persona estúpida es “aquella que, haciendo siempre lo mismo espera obtener resultados diferentes”. En el mundo, los bancos, las grandes empresas y, sobre todo, los gobiernos como el mexicano, defendiendo a ultranza el capitalismo salvaje, continúan haciendo lo mismo que provocó esa crisis.
Durante, varios años, pero especialmente en las últimas tres décadas, las administraciones federales sucesivas han atado el futuro económico, social y político de México a la noria del voraz mercado mundial de productos básicos, devastando a la par tierra y población.

El afán por el crecimiento orientado a satisfacer la demanda de los mercados controlados por los grandes monopolios, ha confundido a la población con el propósito de producir riqueza y generar empleos. En realidad el crecimiento mismo ha sido el engaño. Ningún crecimiento basado en la lógica del sistema que Juan Pablo II llamó capitalismo salvaje en la encíclica Centesimus Annus, puede generar riqueza distribuible. Es precisamente en el capítulo dedicado a la propiedad privada, de dicho documento doctrinario de la iglesia predominante en México, donde ésta denuncia las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres. Donde expone que el empobrecimiento generado por éste, a la falta de bienes materiales, añade pobreza de saberes y conocimientos, que impiden a los seres humanos salir del estado de humillante dependencia.
Sin lógica propia varios gobiernos locales replican -aún hoy y desde hace décadas- la falacia del crecimiento y bienestar del capitalismo. Se lanzan, con cargo a los escuálidos presupuestos de su erario, a conquistar mercados en el extranjero que prometen crecimiento pero que a la larga hunden a la población en mayor dependencia y desempleo, porque sólo sirve para pagar precios más altos, no más productos.
Las noticias de estos días sobre el encarecimiento de los energéticos y desabasto de alimentos confirman la mecánica del crecimiento depredador.
Nuevamente, por atender a los requerimientos de los monopolios trasnacionales, las autoridades federales de México han fallado en su política pública respecto al abasto de maíz. Habiendo fomentado la producción de maíz amarillo, dedicado a satisfacer la demanda externa para biocombustibles y engorda de animales, estaremos obligados a importar maíz blanco, que es cada vez más caro, para consumo humano.
Pero además, a pesar de producir 24 millones de toneladas de maíz amarillo al año (PNUD, 2010), por haberse plegado a los métodos extranjeros de engorda, México tendrá que importar también este otro maíz, cuyos precios también se disparan, para alimento de pollos y cerdos.
El aumento de precio de alimentos y materias primas, sobre todo su volatilidad, se debe a la entrada masiva de miles de millones de dólares de capital especulativo al mercado de los bienes básicos de consumo (commodities), a raíz del colapso de los mercados inmobiliarios y de negocios por internet (dot-com markets). En la última fase del capitalismo depredador, la irrupción del capital especulativo en los mercados de productos de consumo básico obliga al crecimiento inflacionario. Se concentran cada vez mayores cantidades de dinero a crecientes precios de productos que no alcanzan a satisfacer necesidades humanas, pero sí apetitos financieros. La política económica oficial se empeña en cometer el mismo error y no logra generar bienestar ni empleos. Con sus acciones, termina sirviendo preferentemente a los dictados del imperialismo financiero, alimentando a los abundantes capitales ociosos, contribuyendo a la desestabilización financiera y con ello a la inestabilidad y convulsión política.
Las revueltas sociales en Jordania, Yemen, Egipto y Túnez tienen su origen en lo que ocurre en la realidad mexicana actual. La única diferencia es que en aquellos países no hay una guerra intestina impulsada desde la cúpula del poder político, que distraiga a la población de percibir la realidad. La inseguridad y violencia nos ocupan más que la corrupción, ausencia de canales de expresión democrática, atropellos desde el poder, falta de oportunidades laborales, apropiación de bienes públicos –espectro electromagnético, por ejemplo- a favor de grupos de interés privado y amenazas constantes a la libertad de expresión.
El propósito de crecer nos ha cegado. Azuzando el afán de poseer cada vez más, sólo contribuimos a encarecer los productos básicos, negando libertades civiles y opciones para vivir dignamente. La alternativa contra ese capitalismo del crecimiento desmedido es el decrecimiento sereno. Nuestro gobierno, a propósito o incautamente, ha caído en la trampa del crecimiento de burbujas financieras. No lo necesitamos para vivir dignamente, lo crucial para nuestro futuro es recuperar la soberanía de nuestros mercados de bienes básicos desligándolos de la vorágine financiera.