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El arte de una economía sostenible

Artículo de Francisco Ortín Córdoba publicado en “Economía Justa” (blog de El Salto Diario)

11 April 2023

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Hoy en día, cuando hablamos de economía, el debate se sigue centrando en conceptos como el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), es decir, el aumento de la producción de bienes y servicios de un país o región. Sin embargo, el concepto real de economía va mucho más allá. Los griegos crearon este término para reflejar la importancia de algo tan cotidiano como la administración de una casa. Después pasó a tener una dimensión superior, y la economía empezó a definirse como “la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre recursos escasos y fines”. Este concepto no se limita al mundo financiero y parece mucho más tangible para el día a día. Así, se podría tener una conversación económica con un niño de ocho años sobre si pasar la tarde en el cine o jugando al fútbol, pues se trata de un análisis coste-beneficio para decidir como emplear un recurso escaso -en este caso, el tiempo- para satisfacer un fin específico -maximizar el bienestar-.

Si bien el PIB sí fue un indicador eficaz para resolver el problema económico que trataba de responder -el de medir el tamaño la producción en un territorio determinado-, los retos a los que se enfrenta el sistema socioeconómico actual son de diferente índole, como el cambio climático o la crisis del bienestar. Esta falta de sincronización se puede extender a otras herramientas tradicionales del proceso de toma de decisiones en el mundo económico.

Con este contexto, la Comisión Europea ha lanzado la Nueva Bauhaus Europea, una iniciativa que pretende transformar diferentes sectores para construir un futuro sostenible, inclusivo y enriquecedor. Este espacio de debate puede ser de utilidad para repensar la relación entre sostenibilidad, economía y cultura.

Una economía simbiótica en equilibrio con el entorno

El tejido empresarial parece haberse dado cuenta de la necesidad de transformar su actividad económica para sobrevivir más allá del corto plazo, incluyendo en su discurso mensajes de sostenibilidad e integrando los criterios ESG -ambientales, sociales y de gobierno por sus siglas en inglés- en su proceso de toma de decisiones.

Podríamos decir que la sostenibilidad está pasando de ser algo gestionado de manera filantrópica o vocacional por departamentos de RSC, a ser integrada en el negocio para mitigar riesgos y aprovechar oportunidades financieras por algunas compañías. A pesar de este cambio de percepción, la efectividad de la respuesta a la crisis ambiental parece poco clara, con riesgos como la falta de multilateralismo, que los compromisos queden en greenwashing o la falta de incentivos para las empresas. La coyuntura económica actual ha ahondado en este último punto, lo que ha levantado las alarmas sobre la necesidad real de transformar la economía.

Para que se dé una transformación hacia un modelo sostenible, será necesario reformar el sistema económico. Así, la visión ESG debe evolucionar hacia la de organizaciones simbióticas. De esta manera, podremos pasar a hablar de organizaciones que conviven con su entorno a través de relaciones de equilibrio en las que haya una ganancia mutua. Y es que la transición a un modelo sostenible nunca se conseguirá en el mundo empresarial si no pasa a ser una alternativa racional para las organizaciones. En lugar de esperar únicamente cambios de comportamiento de manera vocacional, se deberán introducir medidas como la creación de “estabilizadores automáticos de sostenibilidad”, que permitan internalizar el coste de las externalidades negativas en el proceso de toma de decisiones, o el modelo de doble materialidad, integrado recientemente como requisito de reporte en la Comisión Europea.

Arte en la economía

El arquitecto Walter Gropius dirigió la Bauhaus, una escuela de arte y arquitectura fundada hace un siglo en Alemania, bajo una filosofía particular: era necesario integrar el arte en la industria. Según su doctrina, la Revolución Industrial nos había dejado un sistema productivo basado únicamente en la funcionalidad de la producción, descuidando aspectos culturales o estéticos. Como respuesta, era necesario reformar el sistema industrial para integrar el arte en todos los aspectos de la vida cotidiana. Sus ideas fueron un éxito y la doctrina de la Bauhaus se convirtió en un emblema global.

Un siglo después, podríamos estar ante una nueva ola de desencanto con la vida moderna y el sistema económico. Una situación exacerbada por la crisis sanitaria, la invasión de Ucrania o el cambio climático que explica movimientos como la Gran Dimisión y una mayor prevalencia de depresión en la sociedad. Esto constata que hay retos económicos, -es decir, problemas de maximización del bienestar con recursos escasos- que exigen respuestas difíciles de responder con las herramientas tradicionales de la ciencia económica. Así, además de integrar la sostenibilidad en el proceso de toma de decisiones, es necesario incluir en el debate otros aspectos como la satisfacción con la vida, la cultura o el arte.

En este sentido, podríamos decir que ha habido artistas que han sido también economistas, pues han tratado de dar solución a problemas de esta índole. Por ejemplo, Le Corbusier propuso soluciones de habitabilidad sencillas, integradas en la naturaleza y pensadas en el bienestar de los ciudadanos para responder a la necesidad de viviendas en Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, Frank Lloyd-Wright redefinió espacios de oficinas como medida para mejorar la productividad, el bienestar y la creatividad de empleados. Más allá de la arquitectura, algunos artistas como Robert Smithson, creador de Spiral Jetty, han elevado la conciencia sobre la explotación medio ambiente, y han tendido puentes entre el sistema productivo y el arte. Otros también han propuesto soluciones, como es el caso de, además de la ya mencionada BauhausMierle Laderman Ukeles, que ha participado en proyectos relacionados con la gestión urbana de la ciudad de Nueva York.

Los problemas económicos han permeado en el mundo del arte, pero también hay ejemplos que muestran cómo el arte puede integrarse en proyectos económicos. Algunos ejemplos de ello han sido Richard Florida, que ha investigado cómo el arte impacta en la productividad de las ciudades y William Baumol, que propuso políticas salariales en base a sus investigaciones en el mundo del arte y creó la economía cultural. Por su parte, con el lema “Menos es más”, Mies van der Rohe ha inspirado a economistas como Jason Hickel a crear nuevas corrientes económicas.

Más allá de economistas puros, otro ejemplo interesante es la renovación urbana de París. Liderada por Haussmann, incluyó la construcción de nuevas avenidas, plazas y parques, así como de nuevos teatros, museos y galerías. Si bien este proyecto mostró poco afecto por el viejo París, tuvo un impacto significativo en la economía y la cultura de la ciudad, y la inclusión de elementos artísticos y culturales fueron los pilares su modernización.

Una mención especial merece César Manrique, el ejemplo de cómo la economía, el arte y la sostenibilidad deben ir entrelazados. Su obra se basó en exprimir al máximo los recursos de Lanzarote – un clima envidiable y una cultura local basada en la agricultura a pesar del árido paisaje volcánico- para reinventar la isla. El resultado fue la transformación de Lanzarote en un emblema cultural paradisíaco que ha proporcionado prosperidad para los isleños.

Estos ejemplos muestran que es posible integrar arte, cultura y sostenibilidad en el sistema económico, por lo que es hora de hacer un llamamiento para repensar el mundo en el que vivimos.

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