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Conocimientos elementales para hacer economía

Por Isabel R. Benítez Decía el otro día Jorge Reichmann que si tuviéramos unas nociones básicas de física, matemáticas y economía política, ya habríamos reaccionado. Lo advertía en Córdoba, durante la inauguración del XII Encuentro de Economía Alternativa y Solidaria, IDEARIA 2015, y lo hacía con cierta sorna, mientras recordaba cómo la pomposamente auto-denominada era del […]

8 May 2015

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Por Isabel R. Benítez

Decía el otro día Jorge Reichmann que si tuviéramos unas nociones básicas de física, matemáticas y economía política, ya habríamos reaccionado. Lo advertía en Córdoba, durante la inauguración del XII Encuentro de Economía Alternativa y Solidaria, IDEARIA 2015, y lo hacía con cierta sorna, mientras recordaba cómo la pomposamente auto-denominada era del conocimiento no había conseguido, sin embargo, evitar el colapso mundial al que nos dirigimos. (Touché)

Mientras lo explicaba, comencé a preguntarme en qué momento mi cerebro había decidido almacenar esos ‘principios básicos’ a los que se refería el filósofo en algún lugar inaccesible de mi memoria. Había tenido que acumular tanto y a tal velocidad en la última década que había perdido la pista a mis recuerdos de alumna inquieta.

Entonces me di cuenta de que mi propia mente había caído en esa suerte de superproducción e hiperconsumismo idiotizantes que tanto interesaba al sistema para su correcto funcionamiento. ¿Y si era todo parte del mismo perverso plan?


1. Física

“Necesitamos salir del capitalismo si queremos tener algún futuro en el planeta tierra.”

En su disertación, el también poeta y ensayista reflexionaba sobre conocimientos elementales, como la primera y la segunda Ley de la Termodinámica, y su uso interesado por parte del modelo económico imperante.

La primera, por exceso —si la energía-materia no se pierde, sino que se transforma, podemos hacer lo que queramos con los recursos porque siempre estarán ahí. Y la segunda, por omisión —una parte de la energía se pierde irremediablemente, por eso no se puede quemar dos veces el carbón y dilapidar de forma irresponsable la riqueza natural del globo restringe las opciones vitales de las futuras generaciones.


2. Matemáticas

La otra pieza clave del puzle que, aseguraba, tendemos a obviar son las funciones exponenciales o, en su aplicación práctica, cómo amoldamos el crecimiento desorbitado a entornos finitos.

“Una economía que no se piense a sí misma al margen de los ecosistemas y que tenga en cuenta que somos eco-dependientes. Eso es lo que nos hace falta.”

Como ejemplificaba un famoso hombre de negocios, Jeremy Grantham, si las posesiones de un egipcio (allá por el año 3.030 a.C.), acomodables en un metro cúbico, hubieran crecido a un ritmo del 4,5% anual (¡qué más les gustaría a nuestros gobiernos poder dar cifras de ésas!), en el 30 a.C., es decir, en tan sólo 3.000 años, habrían alcanzado el tamaño de 2.500 trillones de sistemas solares.

Volviendo a nuestra época, simplemente con que el incremento de la demanda energética continuara produciéndose al ritmo que lo ha hecho en los últimos dos siglos (3%) igualaría en 1.000 años a la producción energética total del sol  y en 2.000 a la energía de los 100.000 millones de estrellas que existen en nuestra galaxia —y pueden estar seguros de que la humanidad no necesita tanto tiempo para colapsar.

Jorge Reichmann durante la inauguración de IDEARIA 2015, Córdoba.

Jorge Reichmann durante la inauguración de IDEARIA 2015, Córdoba.


3. Economía política

Por último, recordaba Riechmann los primeros capítulos de El Capital.

“Hoy los intercambios comerciales no buscan satisfacer necesidades humanas sino amasar capital.”

Muchos filósofos han alabado el comercio por su capacidad pacificadora de la sociedad. Esta idea se basa en el intercambio de bienes equivalentes, es decir, permutas que cubren carencias y crean vínculos emocionales entre los agentes que participan en esa relación, o sea, el tradicional trueque.

Con la creación del dinero, se producen ciertas variaciones en ese esquema (el bien pasa a canjearse por dinero para adquirir otro producto o servicio) aunque cubrir las necesidades del individuo sigue siendo la mitigación principal.

El sistema se desvirtúa cuando el dinero pasa a ocupar el papel protagonista y se cambia por un objeto o servicio con la única meta de conseguir más dinero. El bien o la necesidad adquieren un valor instrumental y se convierten en un resultado colateral de las ansias de acumulación de capital.

… y un poquito de sentido común

No sé a ustedes, pero a mí estas conclusiones me hicieron agachar la cabeza ligeramente avergonzada. Y es que Jorge Riechmann no estaba hablando de economía para unas pocas grandes mentes pensantes, sino de conceptos elementales que todos y cada uno de los asistentes podíamos (y debíamos) conocer, aplicar o, al menos, reclamar.

Justificarnos con un ‘hace mucho tiempo de eso’ o ‘falté a un par de clases importantes’ no nos exime de nuestra parte de responsabilidad en el escenario descrito. Si la economía nace para satisfacer las necesidades de los individuos, ¿qué hacemos construyendo y alimentando un sistema que pone a las personas y el entorno en el que habitan y del que se abastecen en el último lugar?

El XII Encuentro de Economía Alternativa y Solidaria, IDEARIA 2015, en el que Riechmann realizaba esta reflexión, reunía el pasado fin de semana a personas que, desde hace mucho tiempo, trabajan para revertir los efectos de esta ignorancia colectiva. Empresas  consolidadas y nuevos emprendimientos que practican una economía solidaria y humanizada, igualitaria, democrática, sostenible; una economía con sentido común. De ellas hablaremos muy pronto. Ha llegado el momento de reinventarnos.

“Los analfabetos del XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender.” (Alvin Toffler)

Idearia

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