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Tirarle un tupper a Esperanza Aguirre es político

Por Soraya González Guerrero El 27 de abril compartí mesa para hablar sobre comida. Mis comensales, Míriam Nobre, coordinadora del secretariado internacional de la Marcha Mundial de Mujeres y Xavier Montagut, presidente de la Xarxa de Consum Solidari, las dos entidades que organizaban las XI Jornadas de Comercio Justo y Consumo Responsable. Quiero compartir algunas reflexiones […]

7 maig 2013
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Por Soraya González Guerrero

El 27 de abril compartí mesa para hablar sobre comida. Mis comensales, Míriam Nobre, coordinadora del secretariado internacional de la Marcha Mundial de Mujeres y Xavier Montagut, presidente de la Xarxa de Consum Solidari, las dos entidades que organizaban las XI Jornadas de Comercio Justo y Consumo Responsable. Quiero compartir algunas reflexiones ecofeministas a propósito de la alimentación que pueden ser interesantes dentro del ámbito de la economía solidaria y alternativa.

1. La inevitable conexión entre el paradigma feminista y ecologista

Hoy por hoy las mujeres siguen siendo las responsables de lo que se come en los hogares, en el centro y en la periferia, en entornos rurales y también urbanos.

En muchas zonas rurales llevan los cultivos de subsistencia, se encargan de procesar alimentos derivados de lácteos, conservas…), también están las que recolectan, o las que tejen a mano las redes para la pesca. No nos olvidemos de las que cocinan, las van a la compra, las que dan de comer a personas dependientes, las que nos hacen los túpper o las que participan en el AMPA por el derecho a una alimentación sana y accesible en los comedores escolares. La visión economicista ortodoxa sigue considerando estas actividades como una extensión de las tareas domésticas y de cuidados de las mujeres, como un no-trabajo. Por eso, entre los grandes aportes de la economía feminista, rescato el haber hecho visibles, y con dignidad, este y otros trabajos que históricamente han desempeñado las mujeres y que están íntimamente relacionados con el mantenimiento de la vida.

Nuestros medios de vida dependen directamente de la naturaleza, y aquí el ecologismo social ha tenido un aporte fundamental al  reconocer los servicios ambientales que ofrece la naturaleza: los de abastecimiento, pero también los reguladores y los culturales. Esto es importante para entender que la biosfera tiene límites como regeneradora de recursos y asimiladora de los residuos de un modelo de alimentación agroindustrial kilométrico y cada vez más especulativo.

Así que si queremos construir otro modelo económico tenemos que hacerlo fuera del paradigma androcéntrico y sexista que se pasa por el forro los trabajos socialmente necesarios porque son las mujeres quienes los realizan; por amor a su prole -dirán algunos- para naturalizarlos y despojarles de su valor (y también de su carga como trabajo). También tenemos que darle la vuelta a un paradigma antropocéntrico y colonialista, donde el hombre (varón) es el centro del universo y los recursos naturales (especialmente los de países del sur) están eternamente disponibles para su apropiación, negando la ecodepedencia y la interdependencia de un modelo económico. Un paradigma que normaliza un modelo de dominación colonial donde los países más ricos son los más endeudados y ejercen su poder -vía  filiales, paraísos fiscales y leyes comerciales favorables- como extractores de materiales, recursos, ahorro y población del resto del mundo.
 
2. El valor de la reproducción social se mide en derechos

La ética del cuidado a secas corre el riesgo de individualizar los problemas y naturalizar los roles de cuidados de las mujeres. Reconocer el trabajo de cuidados de las mujeres, sí, pero sin esencialismos, porque no queremos caer en un discurso patriarcal que legitime desigualdades por amor de las mujeres a la tierra y a la familia. Por eso hablamos de políticas de redistribución y de justicia social.
Reconocer los derechos económicos y políticos de las mujeres como trabajadoras ha sido un paso importante para poner en evidencia las políticas patriarcales que tienen que ver con el acceso y control de los recursos. Aquí se ha situado toda la lucha de las trabajadoras y empleadas domésticas con interesantes debates en torno a la mercantilización de los cuidados y la necesidad redistribuirlos.

También se sitúa aquí la lucha de las campesinas de sindicatos agrarios por el derecho a ser titulares de las tierras que trabajan. ¿Sabían que las mujeres de las explotaciones agrarias familiares del Estado español aparecían hasta hace muy poco como cónyuges en la categoría de “ayuda familiar”, sin ningún tipo de derechos sociales y económicos? Después de 20 años de lucha por la ley de cotitularidad, en 2011 se les ha reconocido el derecho a ser titulares, aunque en la práctica hay muchas carencias, como nos contaban las compañeras agricultoras. A su sector le sigue el de todas las mujeres que trabajan en la transformación artesanal de alimentos, sin ningún tipo de derecho económico y sin estructuras dentro del sindicalismo agrario. Los dos estudios que Leticia Urretabizkaia y Verónica Escurriol presentaron en las jornadas recogen material fresco sobre las zancadillas que el sistema económico les pone a estas mujeres artesanas que llevan a la necesidad de pensar en fórmulas sindicales, ¿otro reto para la economía solidaria?

El acceso igualitario a la tierra y a los recursos es fundamental dentro del feminismo y de la ecología social. En las jornadas le dimos un giro de tuerca más: hablamos de la necesidad de reconocer legalmente otras formas de tenencia de la tierra más allá del marco de la familia, que no suele ser el mejor marco de equidad entre mujeres y hombres.“La cotitularidad tiene que ir de la mano con fórmulas comunitarias de gestión de los bienes comunes”, comentaba Isabel Villalba, del Sindicato Labrego Galego. Esto me parece fundamental a la hora de buscar otras formas de producir y consumir; en definitiva, de vivir.

Sobre cómo valorar los trabajos reproductivos, en la ecología social también hay todo un debate a propósito de los servicios ambientales. La política ambiental ha tratado de asignar valores monetarios a los daños ambientales, tratando de compensar y/o reemplazar el capital natural por capital económico. Para ello se ha servido de instrumentos económicos como tasas ambientales, subsidios o compensaciones, que si bien, en determinados contextos, pueden evitar la realización de actividades dañinas o incentivar la conservación de los ecosistemas naturales, tiene serias limitaciones: ¿cómo contabilizamos la pérdida de biodiversidad?, ¿cuánto cuesta respirar aire limpio? Ponerle precio a las externalidades implica simplificar el complejo metabolismo de la biosfera. La mercantilización de los servicios ambientales pueda dar lugar a paradojas como que quien paga sigue contaminando o que la compra y venta de Co2 en el mercado de emisiones (herramienta del extinto protocolo Kioto) sea un negocio.

La economía alternativa y solidaria no persigue contabilizar las externalidades sino internalizar los servicios ambientales y sociales de las prácticas de producción y consumo que son sostenibles y justas. Ahí está todo el trabajo de certificaciones sociales donde intercooperar, compartir recursos, cerrar los ciclos de energía o tener una organización horizontal que garantice la equidad son valores añadidos.
 
3. Tirarle un tupper a Esperanza Aguirre es político

Las mujeres, no por un vínculo natural con estos recursos, sino por una cuestión más material ligada a la división sexual de los trabajos y los roles sociales, como bien explica la ecofeminista indú Bina Agarwal, dependen más de los recursos naturales y los bienes comunes y públicos. Por eso han sido las primeras en responder con sus cuerpos a las políticas de ajuste estructural y en crear alternativas comunitarias para alimentarse. Las ollas populares de Perú y Chile en los ochenta; la lucha contra la privatización del agua en Cochabamba, el aumento de huertos urbanos en los noventa en muchas ciudades africanas para hacer frente al incremento de los precios de los alimentos; la plantación de árboles frente a la deforestación y la lucha contra las patentes de semillas en la India… Es un error considerar estas luchas como algo pre-político, natural o un simple producto de la tradición, por eso hablamos de politizar estas luchas y reconocer a las mujeres como sujetos políticos, desde las madres que protestan contra la comida radioactiva en Fukushima hasta la madre que le tiró en diciembre un tupper ware a la presidenta de la comunidad de Madrid que ha cercado la educación pública y quiere cobrar un canon por comer en tupper.

Tenemos que seguir repensando la noción de trabajo, la forma de consumir y de producir, y también las formas de hacer política.

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