Comunicado de ATTAC. Ha llegado el momento: ¡Clausuremos el casino financiero!

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“¡Desarmemos los mercados!”. Este eslogan se acuñó cuando se fundó Attac en 1998, con el trasfondo del derrumbe financiero en Asia Oriental.
Desde entonces, hemos sido testigos de otras crisis desencadenadas por los mercados financieros: en Rusia, Brasil, Turquía, Argentina y el estallido de la burbuja de la “Nueva Economía” en 2001.
En la actualidad, el mundo rico se encuentra en medio de una crisis, la más grave desde la Gran Depresión de 1929. El desplome de septiembre de 2008 en Wall Street marca el fin de un periodo histórico: el sistema del capitalismo financiero -un sistema guiado por la sola búsqueda del máximo beneficio- se ha hundido. Se ha destruido a sí mismo como resultado de sus propias e inherentes contradicciones. Las ondas del shock financiero están llegando a la economía real. EE.UU. ha entrado en recesión y la Unión Europea (UE) le sigue. Toda la economía global se verá afectada.
La contracción de la actividad económica aumentará el desempleo y la desigualdad. Los asalariados sufrirán nuevas presiones para obtener más “flexibilidad en los mercados de trabajo”, esto es: salarios más bajos y menor protección social. La disminución de la demanda acumulada de los países ricos también alcanzará a las economías vulnerables del mundo en desarrollo y aumentará la pobreza. Los Objetivos del Milenio y los objetivos de un desarrollo mundial social y medioambientalmente sostenible quedarán completamente fuera de alcance.
El derrumbe financiero y la recesión coinciden con un fuerte incremento en los precios del petróleo y de los alimentos, lo que ha provocado una severa crisis social en algunos países en desarrollo y revueltas por hambre. Ambas cosas, tanto el aumento de los precios de las materias primas como el de los alimentos, tienen múltiples causas. Pero una vez más la especulación de los hedge funds o fondos de cobertura, y otros inversores institucionales, ha contribuido considerablemente a alcanzar máximos en los precios y a la inestabilidad.
El desencadenante de la crisis actual fue la excesiva concesión de hipotecas subprime a los propietarios norteamericanos, y los correspondientes procedimientos defectuosos de titulización con los que esos préstamos arriesgados fueron vendidos a instituciones financieras y propietarios en los EE.UU. y en todo el mundo. La subsiguiente ola de quiebras tuvo dramáticas consecuencias en instituciones financieras tales como los bancos de inversión y bancos comerciales minoristas, o los fondos de cobertura. Actualmente, el sector no financiero también está enormemente afectado. Las perspectivas económicas, sociales y medioambientales para 2009 son sombrías para buena parte del mundo.
Pero se podría haber previsto. El derrumbe desgraciadamente confirma los pronósticos de expertos heterodoxos, como el Premio Nobel Joseph Stiglitz, los de Attac, los de los movimientos sociales y los de otros críticos. Incluso los supervisores sabían que el sistema estaba en riesgo, pero no hubo voluntad de actuar debido a la creencia hegemónica en la autorregulación de los mercados.
Ahora, bajo la presión de la crisis, incluso la corriente mayoritaria de la comunidad financiera pide reformas. Sin embargo, estas propuestas no son lo bastante avanzadas desde el momento en que no abordan los problemas sistémicos que están tras la crisis. Van dirigidas principalmente al sector financiero y están orientadas hacia los problemas de estabilidad del sistema. Esto no es suficiente. El capitalismo financiero tiene también consecuencias desastrosas sobre la distribución de la riqueza y la democracia.
Los banqueros piden la intervención del Estado pero esto significa socialización de las pérdidas mientras los beneficios se quedan en bolsillos privados. Las actuaciones de rescate por parte de EE.UU. con más de 700 mil millones –la mayor en la historia de la humanidad- y los paquetes de rescate en el Reino Unido, Alemania y otros países muestran claramente esta lógica. Cuando la comunidad financiera habla de reformas quiere decir, en el mejor de los casos, una puntual (re)regulación y gestión a corto plazo de la crisis, intentando mantener la deriva neoliberal y volviendo al negocio habitual pasado un breve tiempo.
Lo que se necesita en interés de la gran mayoría de la gente son cambios reales hacia otro paradigma, donde las finanzas tienen que contribuir a la justicia social, la estabilidad económica y el desarrollo sostenible. No podemos permitirnos volver al statu quo anterior en los años venideros.
La crisis no es el resultado de algunas circunstancias desafortunadas, ni puede reducirse a un fallo en la supervisión, en las agencias de calificación o al mal comportamiento de actores singulares. Tiene raíces sistémicas y por tanto pone en cuestión la estructura y los mecanismos del sistema en general.
Los mercados financieros constituyen el centro y la fuerza conductora de la globalización. El sector financiero ha evolucionado hasta convertirse en dominante en la economía tras la introducción del sistema de tipos de cambio flotantes entre las divisas más importantes en 1973, la abolición de los controles de capital y la subsiguiente liberalización y desregulación de los mercados financieros y del sector financiero, incluyendo la creación de supervisores llamados independientes, pero en la práctica sujetos a una fuerte y exitosa presión del lobby del sector financiero. Desde entonces, el sector y los mecanismos financieros han experimentado una fase de rápida expansión: el volumen de activos financieros, de deuda y la búsqueda mundial de beneficios financieros han crecido a la par. Es importante recordar que la aguda aceleración de este proceso ocurrió tras las secuelas del 2001, cuando la economía norteamericana se recuperaba de la crisis de las punto-com, en particular el dramático aumento tanto de la deuda privada norteamericana (especialmente la de los hogares) como del creciente déficit exterior de este país, financiado por el resto del mundo.
Estas tendencias unidas llevaron al establecimiento de un nuevo modelo económico, una nueva forma de capitalismo denominada por algunos globalización financiera, por otros capitalismo financiero y aún por otros capitalismo de accionistas. Comoquiera que se llame, una cosa está clara: mientras que antes los mercados financieros tenían un papel subordinado e instrumental respecto de la economía real, ahora esta relación se ha invertido. El poder de los “intereses financieros” sobre la economía “real” ha aumentado enormemente, subordinando todas las actividades económicas a obtener beneficios en los mercados financieros y creando instrumentos financieros para obtener beneficios sólo a través de los mercados financieros, fracasando a la vez en dar servicio a la producción y agricultura sostenibles, y al ahorro estable de los clientes “normales”.
La lógica y la dinámica de la maximización del beneficio a corto plazo han penetrado en todos los poros de la vida social y económica. La perfecta movilidad del capital financiero, resultado de las políticas neoliberales, desempeña hoy día un papel crucial en el mundo económico. Crea una competición global no sólo entre empresas multinacionales, sino también entre naciones, entre sus sistemas fiscales y sociales, y entre trabajadores de distintas partes del planeta. Al crear una relación de fuerzas favorable a las grandes empresas respecto de sus trabajadores, este predominio del capital ha llevado a aumentar las desigualdades, a disminuir los niveles laborales, sociales y medioambientales, así como a la privatización de bienes y servicios públicos.
En dos palabras, la “libertad” de los agentes financieros se ha extendido a costa de la gran mayoría del pueblo y ha llevado a actividades económicas que degradan el medio ambiente. El fracaso del este modelo nunca ha sido tan obvio como hoy en la crisis alimentaria, climática y energética. Este modelo, que ha sido apoyado por los gobiernos de todo el mundo, está completamente desacreditado. Por tanto, se deben extraer las evidentes consecuencias para que los decisores políticos y económicos reconduzcan este sistema financiero insostenible e injusto hacia las necesidades de la gente, la igualdad y la sostenibilidad .
Se abre una ventana histórica de oportunidad. El que se consiga un verdadero cambio de rumbo dependerá de la presión de la opinión pública.
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